Somos una especie social, nos necesitamos los unos a los otros para seguir adelante en la vida, nos gusta compartir emociones y esperanzas con las personas que hemos encontrado afines a nuestros intereses y por quienes sentimos cercanía y conexión. Necesitamos apoyo, nos gusta dar y recibir y eso nos aporta seguridad. Somos inter-dependientes unos de los otros, en diferentes medidas.
Habitualmente tenemos miedo a la soledad, consideramos que es equivalente a un lugar vacío, triste y que nos acecha como un abismo sin fondo.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad conveniente. Si queremos ser autónomos, que no independientes, hemos de encontrarnos con nosotros mismos en la soledad productiva, fructífera y entenderla como un remanso de paz ante las apreturas de la vida.
Podemos considerar que hay tres tipos habituales de soledad:
- La soledad impuesta, en la que no tenemos opción y nos sentimos abandonados por alguien o algo en contra de nuestra voluntad. Es una pérdida de algo que se escapa a nuestro control y hemos de asumirla, por mucho que nos cueste.
- La soledad en compañía, tan terrible. Pocas cosas hay más desoladoras que compartir un espacio con alguien con el que percibimos que no nos conecta un vínculo de amor, amabilidad o al menos de interés por nuestra existencia. Es el mayor anonadamiento que podemos compartir.
- La soledad escogida, esa amiga que nos ayuda a descansar de las presiones, de las palabras, de las exigencias o necesidades ajenas y nos abre un espacio para escucharnos, organizar nuestro pensamiento, descansar o tener tiempo para hacer esas cosas que siempre andamos postergando y que se van convirtiendo en urgencias.
El exceso de actividad que caracteriza nuestra vida diaria nos embota, nos roba el tiempo necesario para darnos cuenta de muchas cosas importantes que pasan desapercibidas en el día a día.
Parece que si paramos, que si dejamos de producir, de relacionarnos con otros constantemente, nos convertimos en culpables de “no hacer nada”; o nos asusta enfrentarnos a nuestras necesidades, carencias y frustraciones, dolores que vamos disimulando con el afán de hacer y seguir haciendo, convirtiendo el hacer en una niebla que esconde lo que no queremos ver.
Sin embargo, cuando hallamos tiempo, minutos e incluso instantes, para ponernos en contacto con nuestro interior, disfrutamos de la reunión con una persona a la que hemos de aprender a escuchar, cuidar, respetar y aceptar en toda su plenitud. Nosotros mismos, nuestra compañía constante. Nuestro ser.
Sep 19, 2016 @ 14:02:30
El mayor lujo que me gustaría tener es alejarme un par de meses o mas de la gente en algún pueblo perdido, sin apenas vecinos ni ruidos y con el mínimo contacto posible con quien tuviera que tratar para adquirir y recibir alimentos,libros etc…Lo veo difícil…..
Sep 19, 2016 @ 14:13:33
Pues sí, Ppi, Es un lujo poder disponer, dentro del ritmo de vida que nos impone la sociedad en que vivimos, de un espacio de tiempo largo para poder hacer lo que expresa en su comentario. Pero en un periodo de vacaciones, aunque sea más corto, hay recursos para acudir a lugares como los que expone y tener, al menos, una descompresión externa. A veces no podemos alcanzar toda la meta, pero la podemos dividir en submetas que sí son posibles. Este podría ser un caso para aplicarlo.