En general, llamamos enfermedades psicosomáticas a los malestares o síntomas físicos que, tras una profunda investigación y examen médico, no se pueden explicar desde el campo de la enfermedad médica.
La medicina ha de centrar su foco en los síntomas que presenta el cuerpo, sin poder investigar factores o causas que puedan ayudar a su mantenimiento. Es muy habitual encontrarnos personas que han recorrido un gran número de especialistas sin que éstos hayan podido hallar el origen de sus dolencias. En muchos de estos casos nos enfrentamos a problemas psicosomáticos.
No podemos olvidar que el cerebro y el cuerpo están unidos de forma muy íntima y estrecha mediante el sistema nervioso que desde el cerebro se ramifica por el cuerpo. Así, las alteraciones que suceden en el cerebro, como estrés, emociones incontroladas, etc. provocan reacciones físicas que pueden llegar a afectar a los llamados “órganos diana” o, dicho de otro modo, los sistemas corporales más propensos a verse afectados por esa excitación habitual y mantenida.
Los sistemas diana son, habitualmente:
– El sistema digestivo, en todos sus órganos: estómago, intestinos, etc.
– El sistema cardio-vascular: corazón, tensión, taquicardias, arritmias, etc.
– Piel: alopecias, irritaciones, exacerbación de síntomas de enfermedades instaladas, etc.
– Etc.
Estas alteraciones, por desgracia de forma más y más habitual, se tratan de abordar con medicaciones ansiolíticas o antidepresivas, lo que intenta controlar los síntomas pero no aborda el origen.
También sucede que una excesiva tendencia a la medicación hace que se tomen fármacos en situaciones en las que hay que vivir la situación dolorosa para poder atravesarla, integrarla y retomar las fuerzas. Por ejemplo:
Un duelo es algo muy diferente a una depresión, aunque presente síntomas muy similares. Un duelo es la tristeza, dolor y desesperación que sentimos ante una pérdida de alguien o algo muy importante en nuestra vida. Ese proceso de duelo sirve, precisamente para estar triste, llorar, rabiar y volver a llorar, hasta que somos capaces de reincorporarnos a la vida con la pérdida asimilada.
Si la mediación amortigua o elimina la capacidad para pasar el proceso, estamos evitando pasar por su evolución para llegar a recobrar el equilibrio y el dolor no se va a poder transformar en integración de la pérdida.
Algo similar ocurre con el estrés. Si aprendemos a dejar de intentar controlar lo que se sale de nuestras capacidades de manejo y empezamos a controlar nuestras reacciones, será mucho más fácil conseguir controlar el estrés y sus consecuencias. Un fármaco nos puede “calmar” pero empezamos un camino muy complicado ¿vamos a depender de la medicación toda la vida? ¿qué pasará cuando dejemos de tomarla y no hayamos aprendido a controlarnos? ¿seguiremos excesivamente activados y sin recursos de afrontamiento ante las situaciones estresante habituales de la vida?