Cuando nuestros pensamientos son flexibles y, por tanto, racionales los sentimos en forma de deseos, pretensiones, preferencias, esperanzas, etc.; pero nunca los percibimos como demandas absolutas o extremas.
La consecuencia lógica de estas creencias flexibles es que las conclusiones que se derivan de ellas son también flexibles y racionales. Con frecuencia, las apreciamos como:
Evaluación ponderada de las situaciones negativas Que algo sea negativo o malo no significa que sea terrible o insoportable.
Afirmaciones de tolerancia “No me gusta, pero puedo soportarlo.”
Aceptación del margen de error Podemos vernos a nosotros mismos y a los demás como seres que pueden cometer errores y fallar. Igualmente supone aceptar el mundo y las situaciones de la vida como complejas, con elementos positivos, negativos y neutros.
Flexibilidad de pensamiento respecto a la realidad Las cosas pocas veces se sitúan en los extremos (siempre-nunca, bueno-malo, todo-nada, blanco-negro), más bien se asientan en algún punto intermedio entre extremos.
No confundamos los sentimientos y emociones dolorosos con el trastorno o alteración emocional. Los primeros son inevitables y tan reales y naturales como la vida misma. Si vivimos, es inevitable que suframos contrariedades, reveses, tristeza, pérdidas, frustración, preocupación, etc. Todos ellos son sentimientos propios del ser humano y contra ellos poco podemos hacer, salvo reivindicar nuestro derecho a sentirlos y a hacer saber a los demás que los sentimos.
Los trastornos emocionales, por el contrario, se interponen y bloquean nuestros objetivos en la vida, minan nuestra salud y afectan a nuestra felicidad y a quienes nos rodean. Estos trastornos emocionales (depresión, ansiedad, miedos irracionales, ira desproporcionada, etc., suelen estar causados por pensamientos deformados, poco ajustados a la realidad, demasiado rígidos y, sobre todo, irracionales.