Cada día se pone más de manifiesto la fundamental importancia que tiene el pensamiento en nuestras vidas.
Pensar equivale a construir nuestro mundo interior, subjetivo, el mundo en que se desarrolla nuestra vida. Aprender a pensar es la mayor bendición y puede convertirse en la peor maldición y cárcel para los seres humanos.
Si desde pequeños apreciamos el mundo que nos rodea con hipótesis y teorías inadecuadas, propias de la etapa de pensamiento mágico infantil, las asumimos como la única opción posible y seguimos filtrando el exterior desde esos supuestos, el mundo que vamos a construir va a estar distorsionado por las creencias asumidas.
Por ejemplo: Creer que “Soy malo” implica que cada error se convierte en una prueba de la maldad intrínseca.
Otro ejemplo: La creencia de que “Nadie me querrá” provoca tanta necesidad de ser amado que se vive un amor dependiente, que encierra a la persona amada hasta que conseguimos que se vaya; y volvemos a reafirmar la idea inicial “nadie me quiere, es verdad”.
Por eso es tan importante aprender a pensar de forma adecuada, favorecedora de la vida, en lugar de que el pensamiento sea nuestro enemigo interno y más terrorífico.
La buena noticia es que se puede aprender a pensar bien, eso es lo que vamos a ir viendo.